Saso Worldwide: Bronx, Santo Domingo y la furia de un nuevo sonido
De fiestas underground a manifiesto cultural: Saso Worldwide en ascenso
El futuro de la música urbana no se cocina en estudios ni en planes de marketing importados. Está en el Bronx, en Santo Domingo, en las esquinas de Nueva York y en las azoteas de tus compas donde el bajo retumba más fuerte que un camión. De ahí surge Saso Worldwide, nombre artístico de Roosevelt Castillo, un artista que no juega a ser tendencia: es ruido real, calle pura y orgullo de diáspora. No viene a pedir asiento en la mesa, sino a sacudirla con un sonido que refleja tanto la crudeza de la gran ciudad como la herencia rítmica del Caribe.
El origen de Saso marca la diferencia ya que es núcleo de su identidad. El Bronx representa la exigencia de sonar auténtico en un entorno que no perdona la mediocridad, mientras que Santo Domingo aporta la cadencia y la percusión que atraviesan generaciones. En ese cruce no hay exotismo superficial, sino un modo de habitar dos mundos a la vez. “COCOLO EP” es prueba de ello: un trabajo que transforma un término históricamente usado como insulto en República Dominicana en un estandarte de orgullo. Cada pista reconfigura la narrativa desde la raíz, con estructuras de club y bajos pesados que dialogan con ritmos tradicionales sin borrarlos. Lo que resulta no es un collage de géneros, sino un cuerpo sonoro coherente que afirma una identidad cultural y la proyecta al futuro.
Ese EP se construyó junto a productores del Bronx como Dos Flakos, Nas Leber y DJ Guari. En sus siete cortes pasan el dembow, el house, el palo dominicano, el funk brasileño, el juke, el trap y la electrónica, sin que ninguno se sienta añadido como adorno. Palo Santo mezcla salve ancestral con electrónica afro-futurista en colaboración con Enerolisa Núñez y el grupo Salve Mata Los Indios, mientras que Ya Verás explora terrenos de drum & bass. La amplitud de estilos confirma que su música es un nuevo punk: directo, combativo, abierto al reggaetón, al drum and bass, al funk y a los sonidos caribeños, sin pedir validación externa.
DIY sin excusas
La primera etapa de Saso no estuvo marcada por managers inflados ni campañas millonarias, sino por la decisión de avanzar con lo disponible. Su primera gira fue una secuencia de presentaciones en clubes improvisados, con equipos prestados y fallas técnicas constantes, pero en cada espacio la vibra fue lo central. Esa lógica de hacerlo uno mismo no se quedó en anécdota de inicio, se convirtió en método de trabajo: tocar donde se pueda, generar contacto directo con la audiencia, documentar procesos y sostener el crecimiento sin favores de la industria. Cuando la pandemia obligó a detenerlo todo, no esperó a que las oportunidades regresaran, sino que montó transmisiones en vivo, impulsó campañas digitales hechas a mano y mantuvo viva la comunicación con su gente. Ese contacto constante dio frutos: los números de streaming crecieron de manera orgánica, sin depender de publicidad pagada, porque había comunidad real respaldando el proyecto.
En Nueva York encontró su hábitat en fiestas como Ghetto Gothic, Papi Juice y los eventos de Venus X, donde absorbió la energía del baile funk brasileño y la lógica de un underground dispuesto a experimentar. También celebró el lanzamiento de Cocolo EP en Chela’s, en Washington Heights, un espacio cargado de simbolismo para la comunidad latino-caribeña. Ahí se entendió que su propuesta no es laboratorio aislado, sino parte de una red de escenas que se cruzan y alimentan mutuamente.
Esa misma lógica se refleja en el escenario y en el estudio. Sus directos no buscan esconder imperfecciones bajo efectos espectaculares, sino construir una experiencia que responde a la energía de quienes asisten. Los sets están pensados para sostener un arco narrativo claro: arranques agresivos que establecen intensidad, bloques intermedios con cadencia afrocaribeña que permiten respirar sin perder el pulso, y cierres explosivos que condensan todo en un clímax colectivo. La producción acompaña este planteamiento con un sonido que no busca limpieza quirúrgica, sino el punto exacto donde la saturación de los bajos convive con la claridad de la percusión. Las voces mantienen textura, no se borran los acentos ni se ajustan a moldes neutros, y los samples se reconocen como parte de un archivo cultural compartido. Todo está orientado a mantener la autenticidad como principio rector.
Comunidad antes que industria
La construcción de comunidad es la columna vertebral de su proyecto. Más que acumular streams o seguidores vacíos, Saso ha logrado que su música se convierta en práctica social. Sus temas circulan en fiestas caseras, en toquines organizados por colectivos barriales, en redes de jóvenes de la diáspora que encuentran en su discurso una voz con la cual identificarse. No se trata de audiencia en abstracto: son personas con nombres, acentos y territorios que se reconocen en lo que escuchan. Desde barrios de Nueva York hasta sectores de Santo Domingo, pasando por escenas underground de Europa, la red que lo acompaña es concreta y diversa. La comunidad no se forma alrededor de promesas de éxito, sino de la certeza de que lo que se escucha tiene verdad y no responde a un molde artificial.
El impacto cultural de esa red se evidencia en cómo los públicos participan activamente. DJs que remezclan sus acapellas con tambores locales, crews de baile que montan coreografías en patios, fotógrafos que documentan los conciertos en blanco y negro, zines independientes que analizan su música desde perspectivas críticas: todo esto surge porque el proyecto se plantea como un espacio abierto de creación y no como un producto cerrado. Esa multiplicación no se puede comprar ni simular; ocurre porque la propuesta es útil para la gente. Por eso funciona tanto en clubes medianos como en fiestas pequeñas, porque no depende de infraestructuras sobredimensionadas, sino de la voluntad de juntarse alrededor de un sonido común.
Planta Industrial: laboratorio de sonido y comunidad
Además de su proyecto en solitario, Saso impulsa Planta Industrial, un colectivo y plataforma que busca dar espacio a nuevas voces de la diáspora afrocaribeña y latinoamericana en Nueva York. No es un sello tradicional ni un simple crew: es un espacio de experimentación donde músicos, DJs, bailarines y artistas visuales pueden cruzar disciplinas y sostener procesos de manera independiente. Planta Industrial funciona como taller, foro y punto de encuentro, con sesiones abiertas, lanzamientos comunitarios y fiestas donde lo importante no es la perfección del show, sino la energía compartida.
El proyecto amplifica la filosofía DIY de Saso, pero con un enfoque colectivo. Bajo Planta Industrial se han organizado showcases, ciclos de escucha y eventos de barrio que funcionan como extensión de la escena underground que lo vio crecer. Allí se consolidan vínculos con productores y performers que no suelen tener cabida en circuitos mainstream, reforzando la idea de que la cultura no se recibe desde arriba, se construye desde abajo con recursos propios y colaboración horizontal.
Lo que viene
Saso no se presenta como la “siguiente estrella latina” para consumo masivo. Su horizonte es más amplio y más exigente: convertirse en un movimiento capaz de sostenerse en distintos espacios, desde festivales internacionales hasta ocupaciones culturales donde la música cumple funciones sociales. Ya hay quienes lo encasillan como post‑punk latino, pero las etiquetas llegan tarde y rara vez alcanzan a describir un fenómeno vivo. Lo que se puede afirmar es que su camino se orienta a consolidar un repertorio que aguante en directo, a seguir documentando sus pasos con criterio y a expandir las colaboraciones con quienes comparten códigos de respeto por las raíces y voluntad de empujar el sonido hacia adelante.
Saso Worldwide es presente en construcción. Su éxito no se mide en listas infladas ni en contratos, sino en la energía de la gente que lo respalda y en la potencia de un mensaje que no maquilla nada. Si la música urbana sigue teniendo rutas por explorar, él es prueba de ello. Escucharlo es entender que Bronx, Caribe, DIY y comunidad no son etiquetas dispersas, sino piezas de un engranaje que funciona porque tiene coherencia y verdad. Esto no es promesa; es ya una realidad que sigue creciendo.